domingo, 4 de noviembre de 2012

En los ojos de un isleño siempre se ve el mar

Ayer fuimos a Trieste. Trieste es una ciudad pequeñita, casi en la frontera de Italia con Eslovenia y que yo no sabía que existía hasta hace tres días (sí, lo sé, yo soy así, un increíble saco sin fondo de cultura y un as de la geografía).

Trieste está a la distancia de un madrugón y de 12 euros de tren. 

Cosas buenas del viaje a donde Cristo perdió las sandalias:
- Éramos un grupo grande y bastante variopinto (españoles, italianos, un brasileño, una finlandesa un alemán...) y pude practicar mucho italiano e inglés, e incluso dije algunas frases en mi alemán cada día más feo.
- Vi el mar. Y siendo como soy una persona que ha visto el mar casi a diario durante los 21 años de su vida, que lleva un mes sin siquiera atisbarlo, esto es importante. Me senté un rato al borde del muelle y miré hacia el horizonte echando un poco de menos estar en casa, que es algo obligado que tiene que hacer todo canario "exiliado" que se encuentre con las olas a sus pies... Después me levanté, dejé de echar de menos y me fui a beberme el chocolate caliente más caro del mundo.

Por lo demás Trieste es bonito, pero es un sitio que te haga flipar en colorines. Es una ciudad como otra cualquiera, sin mucho en especial, excepto esto de que tiene mar. Muchas veces incluso, caminando por algunas de las calles de la ciudad, si ignoraba las lenguas que escuchaba hablar, podía creerme que estaba en Triana, camino a tomarme un helado en el Fior di latte.






 PS: Trieste es más bonita de noche, cuando todo se ilumina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario